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MUJERES LEYENDO: UN RECORRIDO SOBRE LA REPRESENTACIÓN DE LA MUJER LECTORA.

SECCIÓN APUNTES



 

Introducción


La lectura, como práctica social, implica un encuentro entre el lector y el texto. El lector abre con el texto un mundo del significado rodeado por un contexto plural. El proceso de lectura que ejecute el lector estará teñido de variantes sociales, espacio-temporales, asimismo, el propio lector posee un capital con el que se acerca a la lectura. Ahora bien, al respecto es interesante observar que esta práctica, inserta en el plano social, ha tendido a relacionarse particularmente con la mujer.

La historia del mundo occidental, y con ello el discurso cultural, se ha encargado de construir una representación femenina vinculada a la pasividad y a la dependencia masculina, relegándola a espacios privados y poco dinámicos. Sin embargo, la mujer ha desarrollado prácticas, tal vez no tan activas, pero altamente impactantes como lo es la lectura.

De ahí que estas páginas pretendan abordar la representación femenina en torno a la lectura, estableciendo como propósito el abordaje del vínculo entre la mujer y la lectura desde un foco más bien histórico, recogiendo también representaciones desde la iconografía, incorporando también la mirada sobre la lectura de mujeres escritoras que nos permitan construir, a modo general, la noción de mujer lectora.

Por un lado, algunas preguntas que desplegarán la discusión serán: ¿Cuáles son las características de las mujeres lectoras? ¿Qué imagen ha predominado históricamente de ellas? ¿Qué particularidades las constituyen como lectoras? ¿Qué figura se ha construido socio-históricamente de la mujer que lee? Por otro lado, la discusión se fundamentará esencialmente en tres grandes ejes: la mujer lectora, la imagen iconográfica de la mujer y la lectura, y escritoras mujeres en torno a la lectura.

El vínculo entre las mujeres y la práctica lectora

El acercamiento de la mujer a la lectura, en cualquiera de sus soportes, ha generado históricamente cierta incomodidad. Pareciera que este malestar deriva del solo hecho de que se trate de una mujer, pero no cualquiera, sino una que sostiene un libro, lo lee y además lo comprende.

La mujer perteneciente al mundo occidental -de base fuertemente patriarcal- no ha tenido mucha fortuna en su acceso a la cultura. No solo ha quedado relegada a ciertas actividades del ámbito privado, sino que además ha quedado supeditada al orden de vida masculina. A consecuencia de ello, las prácticas desarrolladas por una mujer han sido confinadas a ciertas actividades que no impliquen su exposición pública, “para muchas sociedades la invisibilidad y el silencio de las mujeres forman parte del orden natural de las cosas” (Perrot, 2009).

Históricamente, una de esas actividades refiere a la lectura. La práctica lectora, de manera más bien indirecta, le abrió a la mujer una poderosa y consistente entrada cultural, le ha permitido alfabetizarse no solo en el campo lingüístico, sino que también cognitivo y emocional. A pesar de ello, la incorporación de la mujer al plano de lo escrito, no ha sido fácil, debido al fuerte impacto que generó la palabra escrita en ella, la sola idea de que una mujer cargase un libro se manifestaba como motivo de escándalo y temor, una mujer lectora sería al mismo tiempo una mujer peligrosa.

Inicialmente, en el transcurso de la época clásica, durante la época imperial romana, la mujer ingresa al mudo de la palabra escrita. Como menciona Cavallo (2004) será aproximadamente en la época imperial en la que comenzarán a aparecer, en la pintura pompeyana y en los sarcófagos, mujer